Previously on “Le pasó a un amigo”:
Andrés y Verónica no se veían hace mucho, nunca hubo malos pensamientos entre ellos, al menos no en la mente de Andrés, no solo porque ella es mayor sino porque son “familia”. Cuando se cruzaron en aquella fiesta, rodeados de primos en común, Vero le coqueteó disimulada para los demás, pero directa para él, y Andrés no pudo dejar de ver ese cuerpazo que ese vestido negro insinuaba. Al final de la fiesta él la acompañó al carro y ella le dio el beso más apasionado que Andrés se pudo imaginar.
Andrés dudó mucho si llamarla, no quería pasar por el oso de llevarla a plan de “inmaduros”, ella tan madura y cosmopolita. Finalmente, luego de varias semanas, se animó y la llamó. Quizás porque se le notaban los nervios, Verónica le dijo «fresco Andresito que yo no me pongo con pendejadas. Yo sé qué es lo que quiero de ti. Dime en dónde te recojo a las 9 de la noche y yo te armo el plan».
¿Esto sería un hito en la vida de Andrés? ¿No más hamburguesa, no más comida rápida? ¿Ahora será langosta y pura finura? ¡Qué nervios!
– Más sabe la diabla por vieja que por diabla-
Llegó ella muy cumplida en su carro negro y lo recogió. Él no sabía cómo saludarla pero Verónica le evitó el lío dándole unos besos cual película francesa (porno francesa), que de nuevo le quitó el habla a Andrés. No sé si a ustedes les pase lo mismo, pero Andrés empezó a escuchar música mentalmente, quizás sabiendo que sería uno de esos momentos que marcarían la vida.
En medio de tanto beso, él notó que la faldita que llevaba Verónica era bastante corta y que esas piernas se veían divinamente mientras ella conducía. «A mí que me maneje lo que quiera, cosita», pensaba Andrés; no parecían piernas de una mujer tan madura como Verónica. Por supuesto, ella conocía muy bien a los hombres y sabía mil maneras para seducir, seguro manejar en minifalda era una de esas.
De camino Verónica le dijo «ven, pasemos por allí por Carulla y compramos algunas cositas». «Claaaaro, el guaro, los paquetes de papas, los chicles… lo de siempre», pensó Andrés. Entraron a Carulla y él estaba agarrando camino a los pasillos de golosinas cuando vio que Verónica fue directo a la zona gourmet, y echó a la canasta queso, par botellas de vino… y en la caja tomó condones y mentas heladas, de las negras. Andrés estaba fascinado, no solo porque pintaba una noche espectacular sino porque a él nunca le había tocado semejante plan. ¡Esto era otro nivel!
En el carro él no podía apartar la mirada de las piernas de Verónica y ella lo sabía, porque cada vez lo provocaba más. En cada semáforo se tocaba una pierna y lo miraba con picardía, claro, él iba con el corazón a mil. Para tratar de disimular los nervios y no verse tan pendejo como se sentía, Andrés le armaba conversación de cualquier cosa: ¿Y el trabajo qué tal? ¿Cómo está tu mamá? ¿Al fin te metiste al posgrado aquel? Tenaz la situación en Afganistán, ¿no? ¿Qué opinas de la reforma tributaria? Cualquier pendejada
Andrés no sabía para dónde iban, pero lo fue descifrando cuando notó que no era para el apartamento de ella. Terminaron entrando a uno de los moteles con mejor ‘nombre’ de la ciudad. Cuando vio el nerviosismo de Andrés, ella le dijo «fresco Andresito, yo pago».
– ¿Rato o amanecida?
– Amanecida. ¿Tienes una con sauna y jacuzzi?
– Claro, señora, siga por la rampa a la 22 que ya le abren.
Era tal la fluidez con que Verónica se desenvolvía en este sitio que él pensó que iba a sacar tiquetera del bolso, o le iban a sumar puntos super-cliente. Andrés se sentía entre raptado y llevado al cielo, o sea, como yendo al matadero pero con una sonrisa en la boca.
Entraron a la habitación y Andrés vio todo muy diferente a lo que él estaba acostumbrado. En este la cama se veía hasta acogedora. Efectivamente había jacuzzi y sauna. «No, no, no. Esto es otro mundo». Obviamente Verónica sabía exactamente cómo utilizar cada cosa. Cómo encender el sauna, el jacuzzi… mientras que Andrés sólo le atinó al On/Off del equipo de sonido, que estaba en alguna emisora tropical con “salsa de alcoba” a todo volumen. Casi le da un paro. Cardiaco. Del susto.
Verónica salió del baño, al fondo sonaba agua cayendo en el jacuzzi, y desde la puerta del baño le dijo sonriendo «¿Qué, Andresito? ¿Nervioso?», y sin darle tiempo de responder, magistralmente se empezó a quitar la ropa. «Que alguien le dé el Nobel de quitada de ropa con una mano a esta mujerrrrrr».
Andrés no lo podía creer. Vio cómo caían blusa, faldita, brasier… y todo sin que ella lo dejara de mirar provocándolo —como si eso fuera necesario—. El susto fue peor cuando ella se le acercó y le empezó a quitar uno a uno los botones de la camisa, el cinturón, jean. «Carajo, esto es un sueño, o una película. En estico timbra el repartidor de pizza».
Eso era como un sueño para él. Sentía por primera vez que se lo iban a comer, y no al contrario. Después de dejarlo completamente desnudo, lo tomó de la mano y lo llevó al jacuzzi. Tomó un par de frasquitos y los desocupó en el agua. «Son las sales para la espuma, Andresito». «Ahhhhh, pues claaaaro, las sales para la espuma (???)».
Entraron al agua y ella tomó el control de la situación. Y con las dos manos. Al poco rato ella salió de allí, cubierta únicamente de espuma… escultural. Eso era de película, como siempre se lo imaginó.
Vero volvió con la botella de vino y dos copas, las sirvió (obvio, lamiendo la gota que le caía por el borde de la botella) y le dio una copa a Andrés. De nuevo en la tina fue donde Andrés aprendió para qué son las dichosas salesitas esas. Ese cosquilleo por todo lado era hasta divertido.
Ahí fue donde ella le explicó que los grifos no son sólo para sacar agua. Y que el chorro y las burbujas del jacuzzi, no sólo masajean la espalda. Ese man aprendió de todo esa noche. Mucha información nueva para tan poco tiempo, pero Andrés supo dar la talla. Él se sentía XXL (aunque todos sabemos que a él le gusta exagerar en sus historias).
También descubrió para qué eran las mentas heladas. No para después del queso, no. Sino para refrescar otros lugares muy sensibles de sus anatomías. Además entendió por qué no podía ser cualquier menta. Desde ahí él las adora. A las mentas heladas y a las cuchi barbies.
Después de una larga y extenuante jornada, Vero invitó a Andrés al sauna. «Ven que acá uno se calienta muy rico, Andresito. Es super relajante». Bueno, relajante es un decir porque Andrés, que nunca había estado en un sauna, sentía que no tenía aire y que se le quemaba hasta el trasero. Literalmente.
No se imaginaba teniendo sexo en condiciones tan extremas, como Verónica intentó. Andrés prefirió irse a la habitación, a tomar aire y a esperar a Verónica. «Juemadre, esta vieja tiene mejor físico que la Ibargüen».
Por supuesto cuando ella llegó, sació su insatisfecha necesidad. Y la volvió a saciar. Y la volvió a saciar. Andrés llegó como a las 7 de la mañana a su casa, extenuado y con unas ojeras dignas de Droopy en época de parciales, pero con una risita pendeja que le duró varios días. A los amigos ya nos tenía mamados (pero era por la envidia).
Dejaron de hablar un tiempo: él no se atrevía a llamarla para no ser el universitario intenso y ella… bueno, ni idea ella por qué no llamaba. Quizás mucho trabajo, quizás por sus familias, o quizás porque sí. Pero un buen día ella lo llamó y lo invitó a su apartamento. Muy bonito, pocos muebles, modernos y, eso sí, muy prácticos, por lo que luego pudo comprobar Andrés.
Ella lo dejó en la sala, fue a la habitación y volvió con un maletincito negro. Era su “kit especial”: un bolsito en el que tenía toda suerte de cremas, cremitas, esponjas, juguetes, esencias y aceites -chicles, mentas, maní, caramelo-. Andrés aprendió en ese par de noches más que en el resto de su vida. Fue un curso intensivo de kamasutra y accesorios. Tal parece que lo pasó con honores porque ella lo siguió llamando.
Con el tiempo la frecuencia de visitas mañaneras, vespertinas y nocturnas, empezó a bajar. Como era de esperarse la vida siguió su rumbo y él volvió a salir con las amigas de su edad, sus compañeras de clase. Aprovechó para enseñarles algunos de sus nuevos ‘trucos’ y quedar como un rey. O sea, como uno de esos reyes que saben mucho de sexo.
Lo que a Andrés no le gustó mucho fue que después de un par de meses Verónica re-apareció y le hizo reclamos por perdido. Le hizo escenas de celos, le reclamó el tiempo invertido y todo lo que le enseñó, «es que esas cosas son para que me las hagas a mí, no a cualquier perra que te encuentres en la calle. Te tenía copia de las llaves de mi apartamento, cepillo de dientes y te compré boxers. Hasta juguetes sexuales te compré, Andresito. ¡Me parece el colmo lo que hiciste conmigo!» y le colgó.
Ahí él entendió por qué Verónica seguía soltera. A Andrés eso le rayó y dejó de contestarle las llamadas. Pero con el tiempo fue entendiendo: No era sólo sexo, es que las veteranas también tienen su corazoncito.
¿El fin?
Gracias por la paciencia, los que han estado pendientes, la semana pasada estuvo pesada, y las que vienen también. Octubre y noviembre serán meses de muchas asesorías a emprendimientos. Incluso cumpliré la primera meta de 100 emprendimientos asesorados, cosa que me tiene muy contento.
Mientras, además de trabajar en mi contenido del blog, como ya les había contado, voy a enfocarme en generar contenido monetizable. Es la siguiente parte en mi estrategia. Les estaré contando cuando empiece mis reportes mensuales.
No es más por ahora. ¡Chau!
Happy cuchi-barbiing.
En redes sociales podemos seguir hablando. Me encuentras en LinkedIn, Instagram, Twitter, Facebook y YouTube. Y también escribo en El Tiempo.
Tiquetera, puntos, mejor físico que la Ibargüen, más ojeras que Droopy; jajajajaajajajaaja … Me he podido reír con esas comparaciones jajajajaajaajajaaja … Saludos.
Jajaja. ¡¡Gracias!!